miércoles, 29 de noviembre de 2017

Cornisa de La Calderita: a medio camino entre el cielo y el suelo

El pasado 25 de noviembre tuvo lugar el VII encuentro de blogueros de Extremadura, este año con la temática Los Cielos de Extremadura. La presentación del libro fue realizada en el convento de La Coria, en Trujillo, sede de la fundación Xavier de Salas. Por primera vez este blog a participado en el encuentro, presentando el artículo que expongo a continuación.



La cornisa de La Calderita: A medio camino entre el cielo y el suelo


14 de enero de 2525 A.C. Son las 6 de la tarde y el vigía que se encuentra en la terraza de La Calderita observa cómo se reflejan en las aguas del río Matachel las primeras hogueras del poblado del Cerro Alajón. Al alzar la vista ve al oeste el filo de la Luna creciente en conjunción con Marte y Venus. Aún le queda un poco de pintura que elaboró con arcillas ferruginosas del río y un poco de resina. Saca un pequeño pincel hecho con pelo de cabra e inmortaliza la escena.

Quizás nada de esto sucedió. Quizás ocurrió mil años antes o mil años después. Quizás vio la explosión de una supernova como aquellos astrónomos chinos en 1054. Hay una brecha en nuestra comunicación que a día de hoy no podemos salvar, pero ahí continúa este testimonio varios milenios después.


Luna y dos astros representados en La Calderita

La primera pregunta que nos hacemos es cómo era el cielo que nuestros antepasados del calcolítico veían. ¿Se parecía al nuestro? Tenemos que tener en cuenta que el movimiento aparente de las estrellas es extremadamente bajo, por lo que las constelaciones tenían la misma apariencia que ahora. La primera diferencia que observaríamos es que actualmente no hay prácticamente ningún punto cardinal cuyo horizonte no esté contaminado por las luces de alguna ciudad o pueblo. Cuanto más se acostumbra la vista a la oscuridad más evidente se hace. Hoy día desde el abrigo de La Calderita no se puede observar el horizonte al norte, ya que está totalmente eclipsado por las luces de Mérida. La segunda diferencia es que nuestro artista se sorprendería por esas pequeñas luces que surcan el firmamento poco después de anochecer. Son los satélites artificiales que hasta hace poco no existían.

Alejandra señala un ídolo en la pared

Ya no nos hace falta mirar al cielo. Nuestros smartphones nos indican en cualquier momento qué hora es, en qué día estamos, e incluso la previsión meteorológica para las próximas fechas. Pero el hombre primitivo era totalmente dependiente de él. Así lo reflejan numerosos testimonios en la pintura parietal esquemática en nuestra comunidad. Son habituales las representaciones de astros, así como encontrar agrupaciones de distintas maneras de 28 barras a modo de calendario lunar. También encontramos numerosas agrupaciones de puntos en las que algunos creen ver estrellas. Si pudiéramos preguntarles -¡Eh! ¡Qué son esos puntos!- nos sacarían de dudas. Quizás tan solo era la cuenta de las cabezas de ganado que bajaron al valle por la mañana.




Arte parietal esquemático en el panel principal

Pero si hay algo de nuestro cielo que se repite prácticamente en todos los abrigos es el sol. No es de sorprender, casi todas las culturas lo han adorado en alguna ocasión. Encontramos soles radiados por toda la geografía extremeña, y se cree que su sentido va más allá del astronómico: nos referimos a un sentido religioso. Y no era para menos, pues la maduración de las cosechas, la presencia de pastos, la migración de las aves, todo dependía del sol. Si nos ponemos en la piel de estas personas, la noche debía de ser aterradora. El frío y la oscuridad se mezclaban con los animales salvajes, manadas de lobos, y osos. No es de extrañar que le rindieran culto.
El abrigo de la cornisa de La Calderita es uno de los más y mejor estudiados de la comunidad extremeña. Aunque debió ser conocido desde antiguo por los vecinos de La Zarza, la primera noticia que se tiene data de 1916, cuando es localizado por Tomás Pareja, prospector del abate naturalista y arqueólogo francés Henri Breuil. Este hace los correspondientes calcos y lo denomina Abrigo de las Viñas. La presentación del abrigo se hará 5 años después, en la exposición de Arte Prehistórico Español de Madrid. Este evento consiguió despertar el interés nacional por el abrigo, quizás herido en el orgullo patrio, e hizo que el Museo Nacional de Ciencias Naturales comisionara a Eduardo Hernández-Pacheco para su estudio en 1926. Como si de una reacción en cadena se tratase, a su vez el Centro de Estudios Extremeños decide enviar a Virgilio Viniegra, funcionario de Correos y Telégrafos en Badajoz y miembro de la Real Academia de la Historia. Este realiza unos calcos muy imaginativos, con más voluntad que preparación académica. Es entonces cuando la importancia del abrigo de La Calderita toma una triple dimensión: internacional, nacional, y regional. Después del parón que supuso la guerra civil y la posguerra, a finales del siglo XX resurge el interés por el patrimonio rupestre extremeño y se multiplican los estudios, siendo especialmente reseñables los de Magdalena Ortiz y los más recientes de Hipólito Collado junto a José Julio García Arranz, que ya emplean la metodología científica moderna.

 La Luna emerge tras la cornisa de La Calderita
Visitar hoy día el abrigo de La Calderita es muy fácil. Hemos de tomar la carretera que une Alange con La Zarza y a 3,2 km encontraremos a nuestra derecha una pista perfectamente señalizada con un cartel de la Dirección General de Patrimonio Cultural perteneciente a la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Extremadura. Seguimos por este camino 700 m hasta que encontramos otro cartel que nos indica el comienzo de la subida. En este punto dejaremos el coche y continuaremos por la senda entre olivares y almendros. Distan tan solo 800 m, aunque la última parte es más penosa de realizar por la fuerte pendiente. La recompensa llega pronto con unas formidables vistas al valle del río Matachel. La visita a las pinturas es libre y en cualquier horario, y dispone de una plataforma desde la que poder contemplarlas cómodamente a la altura adecuada.

 La Calderita como una isla en un mar de nubes
¿Qué fue de ese pueblo que adoraba el sol? Realmente nunca desaparecieron. Otros pueblos tomaron el testigo de la adoración de los astros de nuestro cielo. En la vecina Mérida podemos admirar en el mosaico cosmogónico la figura radiante de Oriens, el joven sol naciente, y Occasus, una joven luna. En los mármoles del foro romano encontramos a Júpiter Ammon, con sus pequeños cuernos y la cabellera como el sol. El sol era invencible, sol invictus que le llamaban. En el museo nacional de arte romano encontramos la que quizás sea la última representación de la luna como objeto de culto: la estela de la luna, del siglo VI – VII. A partir de entonces nos tendremos que conformar con verla a los pies de la Inmaculada Concepción.